Escribe Mario
Piriz
Uno de los problemas
del día a día de los riverenses, especialmente de la gran
mayoría de escasos recursos, usuarios tradicionales de los
servicios de salud pública, es la falta de medicamentos. El
problema no es sólo nuestro sino de prácticamente toda la
población del país.
En contraste, Uruguay gasta en salud, el 10% del PBI, es
decir, lo mismo que un país del primer mundo como Noruega.
En cambio, se tiene una atención médica de país pobre,
similar a experiencias del continente africano.
El Ministerio de
Salud Pública dispuso unificar y racionalizar la
adquisición de medicamentos, que es uno de los tres
componentes básico de la atención de la salud. Los
laboratorios, o las sucursales nacionales de las grandes
firmas multinacionales han levantado el grito en el cielo.
Basta dar una breve
mirada en el mercado internacional de los medicamentos, para
entender esas actitudes. Nuevamente las mayores empresas
Multinacionales farmacéuticas figuran este año en Fortune
Global 500, la lista de las empresas más grandes del mundo.
Juntas, las 10 más grandes (Pfizer+Pharmacia, Glaxo Smith
Kline, Merck & Co., Bristol-Myers Squibb, AstraZeneca,
Aventis, Johnson & Johnson, Novartis, Wyeth, Eli Lilly)
acaparan un increíble 58,4 por ciento del mercado mundial
de productos farmacéuticos, estimado en 322.000 millones de
dólares, aumento notable frente al ya temible 47 por ciento
del año anterior. Sigue siendo, según Fortune, el sector
que tiene más ganancias netas de todos los rubros
industriales del planeta: 17 por ciento de promedio, aunque
las mayores empresas rondan 30 por ciento.
Varias son también
los mayores productoras de semillas transgénicas y
agrotóxicos del mundo. Estas pobrecitas son las que en todo
el mundo están haciendo su propia guerra. No contentas con
las pingües ganancias y el abrumador control del mercado a
través de la venta onerosa de sus productos, también
quieren controlarnos mediante los sistemas de patentes,
tratando de impedir que se produzcan medicamentos
genéricos, es decir, con los mismos componentes activos,
pero sin patentes y más accesibles al consumidor. Esa
batalla fue la ganada por Brasil bajo la presidencia de
Fernando Henriquez Cardozo.
Según su
argumentación, ese control es necesario para proseguir con
la investigación y desarrollo de medicamentos nuevos para
el bien de la humanidad. Sin embargo, la mayoría -más de
90 por ciento- de los medicamentos "nuevos" que
producen son apenas copia de los que ya existían, con
alguna modificación menor que les permita sacar una nueva
patente y prolongar el periodo de monopolio de 20 años que
les otorgaba su patente anterior.
Según datos del
Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD),
de los 1.223 medicamentos nuevos producidos en un periodo de
20 años hasta 1996, solamente 13 eran para enfermedades
tropicales, y de éstos sólo cuatro fueron producidos por
el sector privado. Las multinacionales farmacéuticas son
las que promovieron la inclusión, y redactaron el borrador,
del capítulo sobre los Aspectos de los Derechos de
Propiedad Intelectual Relacionados con el Comercio (TRIPS)
en la Organización Mundial de Comercio (OMC), que impuso el
patentamiento de seres vivos en todo el mundo. Las patentes
no sólo les sirven para combatir e ilegalizar la
producción de medicamentos genéricos; también son el
instrumento clave para privatizar los recursos genéticos y
conocimientos colectivos de los pueblos indígenas del Sur,
a partir de los cuales producen un alto porcentaje de sus
medicinas y ganancias.
El mayor proyecto de
biopiratería en curso en México -llamado ICBG Zonas
Aridas- es un contrato trilateral, financiado por el
gobierno de Estados Unidos desde hace una década, entre el
Jardín Botánico de la Universidad Nacional Autónoma de
México (UNAM), la Universidad de Arizona y la empresa
Wyeth, la novena más grande del mundo.
Todas estas empresas
forman parte de la asociación PhRMA (Pharmaceutical
Research and Manufacturers of America), que ejerce un pesado
cabildeo en gobiernos y organizaciones internacionales como
la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la OMC,
logrando normativas que fortalecen sus derechos monopólicos
y sus privilegios.
Este año, en la
lista que remiten anualmente al Departamento de Comercio de
Estados Unidos para que aplique la ley Special 301
(represalias comerciales), proponen que México esté en la
"lista prioritaria de países observados", debido,
entre otras cosas, al aumento de aprobaciones de
medicamentos genéricos.
Según PhRMA, a quien
para nada le preocupa que al mismo tiempo sus compañías se
estén alimentando de los recursos y conocimientos
"genéricos" de los pueblos indígenas de México,
este país es "el mayor mercado de farmacéuticos de
América Latina, con un valor estimado de 6.000 millones de
dólares en ventas durante 2002. Es el único mercado de esa
región que según estimaciones crecerá en 2003" y,
por lo tanto, si se le permite seguir con estas políticas
"tendrá un impacto devastador en la industria de
investigación farmacéutica". ¿La investigación de
copias? ¿O de medicamentos para los ricos? Mientras tanto,
la discusión sobre genéricos en México ha sido confundida
por la presencia de una cadena particular de farmacias, a la
que se le atribuyen contactos políticos de alto nivel y ser
un excelente negocio para sus dueños, beneficiados por la
legislación sobre genéricos. Nada difícil, ya que muchos
de los medicamentos patentados llegan al consumidor con
valores enormemente superiores al verdadero costo de
producción.
¿Ya no es importante
el bien de la humanidad? Se trata, del derecho de las
poblaciones de los países del Tercer Mundo, por lo tanto de
Uruguay y obviamente de Rivera y de la Frontera de la Paz, a
usar y producir las medicinas que necesitan sus poblaciones,
sin depender ni someterse a los dictados de las
multinacionales, y de parar el saqueo de recursos y
conocimientos no aceptando los sistemas de patentes.
El 80% de la
población uruguaya padece la crisis del sistema de salud
más profunda de su historia, y entre las soluciones para
salir del paso, son muchos los sectores que reivindican la
restauración de los antiguos laboratorios de Salud
Pública, fabricando el arsenal de los 180 farmácos
genéricos, "básicos y esenciales" según la
Organización Mundial de la Salud, imprescindibles para que
el derecho humano a la salud sea válido para todos los
orientales, especialmente para los niños, los ancianos y
las mujeres embarazadas.
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