Aún es posible escuchar cuando se
critica la conducta de ciertas personas: "pero mira
que es trabajador!", dando a entender que se está
ofreciendo, en un primer instante, una tabla de salvación,
una justificación que de alguna manera redima del oprobio
público al juzgado.
En realidad, la frase remite a la piedra
angular de una escala de valores, no sólo éticos, sino
estéticos, políticos y filosóficos cimentada en una
concepción profunda e integral del Trabajo, que ha hecho
del mismo, - superando incluso aquella primera acepción
bíblica de castigo - la manifestación sustancial de la
vida humana, producto y productor de la existencia en todas
sus expresiones.
Hoy es frecuente hablar, no solo en
Rivera, sino que en prácticamente todo el mundo, de la
crisis de los valores. Dentro del propio universo educativo
académico, se ha llegado a conformar la educación en los
valores, en una nueva especialidad con aspiraciones a
extenderse a todo el sistema educativo oficial. Sin embargo,
todo parece ser una reacción primaria, abstracta e
inmadura, frente al derrumbe dramático de las estructuras
familiares esenciales, expuestas a las leyes del
"tener" - no importa a qué precio - destruyendo
el ser individual y colectivo, la vida en sus formas más
profundas e institucionalizadas.
El drama, aunque adopta dimensiones
universales (el retroceso a la barbarie en Irak), conmueve
asimismo nuestra cotidianidad aldeana. Y cómo no hacerlo
cuando la falta de alimentos afecta a miles de niños
inocentes, no sólo en nuestros barrios pobres, sino en todo
el país, como lo revela la reciente muerte de un bebé de
tan sólo tres meses de vida por "desnutrición"
en la capital. Por ese caso que salió a luz, hay cientos
más registrados en los hospitales y consultorios médicos
de todo el país.
Mientras el dolor se mantiene en el
silencio de la pobreza, las crónicas policiales, muestran
la corrupción, el afán de riqueza fácil, el robo liso y
llano practicados por "grandes señores" de
nuestra sociedad que llegan a revistir en organizaciones
religiosas ortodoxas, como es el caso del Opus Dei y la
familia Peirano, o de altos personeros de la administración
pública, como el caso del Fiscal Público recientemente
procesados, o los 23 polícias de Tacuarembó, liderados por
un jefe de policía que era a su vez un alto oficial
retirado de las Fuerzas Armadas.
Los ejemplos abundan en nuestros barrios,
en la ciudad, en la región y en el país. Son las
concepciones éticas, estéticas y filosóficas resumidas en
la letra del tango Cambalache, hegemonizando la sociedad y
el ser humano contemporáneo, y destruyendo sin piedad, lo
poco que aún queda, de aquella ética del trabajo que ha
legado lo más valioso y humanitario de nuestro ser
individual y colectivo.
El dios mercado ha sustituido al trabajo.
Vale solamente lo que se puede vender y comprar, incluso el
amor, la felicidad, la familia, la sociedad organizada. Las
cualidades humanísticas del ser, sustituídas por las
cualidades del mercader, del beduino en medio del desierto,
del que especula hasta con la vida.
Sin duda, el paradigma de esta escala de
valores, fue puesto en escena por el ejército
angloamericano, al proteger hasta en los mínimos detalles
el edificio del ministerio de Petróleo de Irak, y dejar que
se destruyera el museo que guardaba el patrimonio histórico
de la humanidad de hace tres mil años atrás o más.
En resumen, como lo afirmó un filósofo
alemán, es el mundo de las cosas por sobre el mundo de los
seres humanos.