Escrbe Mario
Piriz
Los principios
éticos como norma
universal de la sana política
Cuentan que Platón,
muy joven aún, conoció a Sócrates y quedó fascinado por
la profundidad de su pensamiento y por la autenticidad de su
vida. El célebre filósofo, debido a las intrigas de
algunos personajes políticos de Atenas, que se habían
sentido heridos por las críticas de Sócrates, éste es
enjuiciado y condenado a muerte.
Platón quedó
afectado, en lo más profundo de su alma, por la muerte
injusta de su maestro. Como resultado de esa dolorosa
experiencia que lo traumatiza para toda la vida, se plantea
un problema que lo expone en su famosa obra "La
República".
El problema que se
plantea Platón es cómo hacer para que la política no
degenere en intrigas, en corrupción y en arbitrariedades;
cómo hacer para que el Estado sea justo y no vuelva a
suceder lo que pasó con su maestro Sócrates. La solución
que encontró fue definitiva: para que la política no caiga
en intrigas y vilezas, para que no permita condenar y
oprimir a los ciudadanos honestos y promocionar a los
corruptos, debe proceder por principios.
Los gobernantes no
deben actuar de acuerdo con su arbitrio, ni guiados
solamente por su modo de entender las cosas, sino de acuerdo
con normas universales, racionalmente fundadas, que, por
este motivo, pueden ser aceptadas por la totalidad de la
población. Para Platón, los principios éticos
fundamentales son la norma universal de la sana política.
Pero, diecisiete
siglos más tarde, el funcionario florentino Nicolás
Maquiavelo daba unas normas totalmente opuestas a las de
Platón, por lo menos dentro de las concepciones dualistas y
maniqueas predominantes hasta hace muy poco tiempo.
Mientras para
Platón, el problema principal era el de la justicia y
honestidad. Para Maquiavelo, el problema principal era el de
la eficacia, y el de mantenerse el mayor tiempo posible en
el poder.
En "La
República", Platón plantea la necesidad de que el
gobernante sea justo. En "El Príncipe",
Maquiavelo, plantea que sea eficaz. La verdadera motivación
que debe impulsar a los gobernantes, según el primero, es
el bien común de sus súbditos, en tanto que para
Maquiavelo, no es la felicidad de los súbditos, sino su
afianzamiento en el poder.
Son dos posiciones
opuestas o por lo menos diferentes a la hora de jerarquizar
objetivos. ¿Quién tiene la razón? Si la pregunta se queda
sólo en el plano teórico, todos darán la razón al gran
filósofo ateniense. ¿Quién no está convencido de que el
fin supremo del gobierno debe ser el mayor bien común de
todo el pueblo, y que esa felicidad no puede lograrse, sino
gobernando por medio de principios universales cuya
aplicación impida la arbitrariedad y la opresión?
Las leyes y la
teoría, dan la razón a Platón, pero en la práctica, son
los principios anunciados en El Príncipe los que
hegemonizan las relaciones políticas de la sociedad
moderna. Si analizamos nuestras normas constitucionales
vemos que están basadas en la necesidad de gobernar
mediante principios universales y justos, que hagan
imposibles las arbitrariedades de los gobernantes. Es en
definitiva el conjunto de normas generales que protegen a
todas las personas, y que rigen la actividad del Estado, de
manera que los gobernantes no sean injustos ni arbitrarios.
Desde luego, la
eliminación total de la injusticia y de la opresión es un
ideal difícil de alcanzar. La Libertad y la Justicia,
siempre serán la luz en el horizonte. No sólo porque es
difícil de erradicar todos los abusos de la autoridad, sino
porque gran parte de los políticos, por imperio de las
circunstancias históricas deben priorizar los principios de
la eficacia de Maquiavelo, dejando en un segundo plano las
ideas platónicas.
De alguna manera,
Maquiavelo sigue siendo el mentor de las ambiciones
personales; maestro de los que buscan el poder por el poder;
de los que pisotean todo principio ético y cualquier
derecho ajeno, con tal de escalar la montaña del poder, y
una vez instalados allí, su objetivo principal no será la
justicia, ni el bienestar del pueblo, sino el de mantenerse
en él el mayor tiempo posible. Nuestra realidad política
departamental y nacional, tanto de derecha como de
izquierda, son una muestra clara.
Quienes aspiran a una
sociedad justa, en la que todos puedan realizarse
plenamente, son habitualmente y en forma peyorativa
calificados de "utópicos", de no tener los pies
sobre la tierra, de ser "platónicos", que es como
decir que viven en la luna.
Rescatamos sin
embargo, la vigencias de principios éticos de carácter
universal, emergentes de la propia vida del ser humano, la
sociedad y la naturaleza, que sin duda, como conjunto
normativo y de valores, serán dialécticos como la
existencia humana y de las cosas, redimensionando los
principios enunciados por Platón como por Maquiavelo.
Escrito por Mario
Piriz
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