EL OTRO
LADO DEL MUNDO
Por
Carlos Higgie
Es verdad que, a pesar de la tarde soleada de
agosto, se sentía un poco tenso y, como decía su entrañable amigo, un poco gris.
Plomizo.
También es cierto que le subía del estómago una
sensación de malestar, un murmullo gritado en sordina, una voz doliente avisándolo,
anunciando una tragedia inminente.
Se sentía en agosto y le llegaba, lejana, una
canción que no identificaba, un grito cualquiera de la infancia.
De pronto las piernas se le doblaron y sintió el
asfalto golpeando su rostro. Caído, percibió que se elevaba, ajeno a su cuerpo, extraño
al grito aturdido de una mujer que miraba al hombre tendido en el asfalto.
Vio, con ojos nuevos, como lo levantaban de la
calle. Se sorprendió al ver la mueca de su rostro y al verse, tan de cerca y desde
afuera, cubierta la cara de sangre y los ojos cerrados. Lo llevaron en un táxi, en
desesperada carrera.
Él se sentó en el cordón de la vereda,
apabullado, tratando de ordenar sus sentimientos. La calle, la ciudad, el mundo, todo
quedó vacío, silencioso, solitario. Él se quedó solo, preguntándose si estaba
soñando con una tarde soleada de agosto o si estaba pisando el otro lado del mundo. |