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Pesadilla ( Un cuento de José Peraza Lavín)

José Peraza Lavín.

   

    Anochecía y sin embargo el ambiente se mantenía cálido. Ondas de calor parecían elevarse del suelo, cansado, más que eso, agobiado por un tórrido día estival.

    El sol se había acostado en sábanas de sangre, que la noche se apresuraba a cubrir con un manto oscuro, donde titila ban impávidas e incansables bandadas de luciérnagas celestes.

    Ya se aproximaba la medianoche y la luna iluminaba la casa y la huerta; los ocupantes de la pequeña vivienda dor mían calmamente

    Atonio se despertó sobresaltado, algo había llamado su atención, sacudió su esposa que, sorprendida y aún bajo los efectos del sueño, apenas atinó a preguntar torpemente que era lo que pasaba.

     - ¡Levántate Isabel! - inquirió el hombre -

     - Creo que se escapó el chancho y va a destrozar la huerta, exclamó Antonio mientras que se vestía apresurado. Tanto trabajo, sacrificio y dinero invertidos en aquel pedazo de tierra para sacar de él parte de su sustento, y todo podría esfumarse en pocos minutos. Pensaba.

     Apuró a su mujer y corrieron hacia la huerta, donde un animal de tamaño respetable hundía su cabeza repetidas veces en la tierra, destrozando canteros de tiernas mudas dispuestas en hileras.

     La pareja trataba en vano de atrapar al escurridizo animal, que corría de un lado a otro, rosnando furiosamente y acabando con la primorosa plantación.

     Antonio se lanzó varias veces sobre el animal, pero siempre se le escapaba, hasta que en un impulso de rabia y desesperación, sacó su cuchillo de plata de la cintura y lo hundió en un flanco del bicho, el cual emitió un grito extraño, casi humano, y desapareció entre unos matorrales cercanos.

    Cansados, casi lloraban al ver el destrozo causado; tanto trabajo para nada, y por encima quizá Antonio hubiera matado al chancho.

    Volvieron lentamente hacia la casa, y al pasar por el chiquero, se les dio por ver el lugar por donde se había escapado el animal.

     Cual no fue su sorpresa al verlo durmiendo calmamente en un rincón de su encierro. Un estremecimiento les recorrió el cuerpo, mientras que antiguos miedos, antiguas historias, invadían sus pensamientos.

     Corrieron presurosos y se encerraron en la casa, trancando firmemente puertas y ventanas. Un terror ancestral sacudía a ambos y cada ruido les hacía temblar hasta la médula.

     La noche fue larga, una pesadilla para Antonio e Isabel. Cuando amaneció, repiraron aliviados, ahora podrían ir a la huerta y ver el tamaño del estrago.

     Dandose valor mutuamente atravesaron el patio, cruzron por el chiquero al que observaron temerosamente, mientras que el corazón les latía alocadamente, como queriendo escapar del pecho.

     El animal comía calmamente y levantó su vista, como indagando el porqué de tanto movimiento. Luego, un  poco molesto por la interrupción, emitió un gruñido y continuó comiendo.

     Siguieron el camino hacia la huerta, seguros de que tendrían un día de árduo trabajo para reparar el destrozo.

     Pero al llegar al portón que daba entrada a la huerta la sorpresa fue mayúscula, pues todo estaba intacto, ni siquiera sus propias huellas habían quedado en los canteros que reverdecían de punta apunta, de la pequeña extensión de tierra.

   J.P.L.