Los vecinos consideran que era imposible,
debido a las grandes distancias, llevar los cadáveres a
Tacuarembó para enterrarlos en el cementerio parroquial. Ellos
querían que sus muertos recibiesen supultura
eclesiástica. El cementerio, que habían dispuesto en Rivera,
era de materiales con cancel de hierro. Lo consideraban digno. A
las autoridades eclesiásticas en Montevideo le solicitaron
poderlo bendecir. Este pedido es de mayo de 1869.
Las informaciones matrimoniales, que se
encuentran en los archivos, fechadas en junio de 1873, señalan
la existencia de un teniente cura y juez eclesiástico en
Rivera, Presbítero Matías Penza. Ya en ese entonces existiría
una atención religiosa estáble en el vecindario.
La visita de Monseñor Vera
Hasta Rivera llegará Monseñor Jacinto Vera,
procedente de Tacuarembó . En mayo de 1874 arribó en visita
pastoral acompañado por los Padres jesuitas Manuel Martos y
Antonio Pou y llevando como secretario al Presbítero Olegario
Berriel.
Expresan los documentos que en Rivera hay
muchos mercaderes, cuyo dios es el dinero, y entre ellos, muchos
francmasones. La misión predicada por los ministros de la
Palabra de Dios fue resistida por los enemigos de la religión.
Hubo insultos contra los misioneros. Se echaron cohetes en la
puerta del templo para amedrentar a los concurrentes a los actos
de la misión. Dado el temple y la moderación de misioneros y
fieles, se pudo llevar a cabo una misión de diez días.
Al finalizar la misión, en el momento de
partir el obispo con los misioneros de Rivera en diligencia, del
lado opuesto de la frontera, se les tributó una despedida
agresiva provista de gritos, cohetes y burlas. Los misioneros
pensaron que era más prudente no colocar en Rivera la cruz
misional, como estilaban, para impedir lo que había sucedido en
Tacuarembó. El miedo impidió mayor concurrencia a la misión,
pero así y todo los resultados fueron considerados como
positivos por los misioneros .
Primeras dificultades
Los comienzos de la fé en Rivera fueron
difíciles, señal de que la la Palabra de Dios era buena y bien
administrada por los pioneros de la evangelización en Rivera.
La verdadera Iglesia Católica siempre aparecerá en medio de
contradicciones, con éxitos de conversión y con la resistencia
del mundo, que se pone a la retranca frente a la invitación a
la convesión.
El teniente cura Presbítero Ramón R.
Fuentemayor le contaba a Monseñor Vera que en muchas ocasiones
había recibido insultos y escarnios por parte de alborotadores.
El, sin embargo, no les daba importancia . Eran sólo brutales
desahogos de gente sin educación ni principios .
Lo grave fue que al ir Fuentemayor el día 30
de julio de 1875 a la casa de la familia francesa Cotteins a
cumplir un deber ministerial y acudiendo también el médico
interino de Policía Dr. Santiago Giralt, fue atacada la casa.
Un grupo, entre los que se encontraban algunas personas
impunes, que tomaron parte de los acontecimientos tristes de la
misión del año anterior, atacó la casa con gritos, violencia,
pedreas, tiros e insultos soeces. No sabiendo cómo defenderse,
la Sra. de Cotteins izó el pabellón francés. La señora
se dirigió a las autoridades consulares francesas acreditadas
en nuestro pais en tanto que el Dr. Giralt y el presbítero
Fuentemayor, españoles, hicieron lo propio ante las autoridades
consulares españolas.
El pueblo riverense estaba dividido. Una
carta con sesenta y dos firmas dirigida a Monseñor Vera pidió
el alejamiento del presbítero Fuentemayor de Rivera. Por su
parte, el Dr. Santiago Giralt hacía lo propio defendiendo a
Fuentemayor. Consideraba que el grito de guerra infernal había
estallado en Rivera contra las sanas doctrinas de Nuestro Señor
Jesucristo. Era la misma fuerza que por entonces se había
ceñido contra el Sumo Pontífice en Roma. El Dr. Giralt
ponderó la ilustración y virtudes del cura que tenía que
pastorear un pueblo como el de Rivera, que por entonces, decía
encontrarse en la mayor postración, tanto en lo religioso como
en lo social y político. Para el Dr. Santiago Giralt resultaba
evidente que la campaña contra el presbítero Fuentemayor y
contra los católicos estaba instrumentada por la impiedad y la
masonería.
Fundación de la parroquia
Ya había fallecido Monseñor Jacinto Vera,
primer obispo de Montevideo. El 28 de junio de 1884, un
estimable número de riverenses se dirigió al segundo obispo
del Uruguay Monseñor Inocencio María Yéregui solicitándole
fundar la parroquia de Rivera dándole por límites los del
nuevo Departamento de Rivera. Solicitaron también que nombrase
como párroco a cualquiera de los dos hermanos José y Evaristo
López de Arcante, quienes por desempeñares como tenientes
curas de la parroquia de San Fructuoso de Tacuarembó eran bien
conocidos para ellos.
Monseñor Yéregui mandó pasar el pedido al
cura vicario de Tacuarembó. El presbítero Ramón de Irazusta,
cura vicario se expidió 19 de noviembre considerando justa y
equitativa la petición. El fiscal eclesiástico también se
expidió favorablemente.
El obispo, teniendo en cuenta los pareceres
del cura vicario de Tacuarembó y del fiscal eclesiástico,
decidió crear la parroquia de Rivera para el mejor servicio
espiritual de los fieles. El obispo delineó los lím¡tes de la
nueva parroquia.
Todavía faltaba un trámite impuesto por la
Constitución de la República Oriental del Uruguay sancionada
en 1830. Faltaba el visto bueno del Gobierno de la República.
El oficio para obtenerlo fue elevado al Gobierno el día 2 de
diciembre.
El día 4, el Ministro de Justicia, Culto e
Instrucción Pública Juan Lindolfo Cuestas expresaba que el
Gobierno con fecha 3 había aprobado la creación de la
parroquia de Rivera; sus límites y la persona del presbítero
José López de Arcante como primer cura vicario.
Decreto del Obispo
Formalizados todos los trámites, el Obispo
Monseñor Inocencio María Yéregui procedió a fundar la
parroquia de Rivera. Esta fundación canónica fue firmada el
día 6 de diciembre de ese año de 1884.
De este modo, la viceparroquia dependiente de
la parroquia de San Fructuoso de Tacuarembó, se desprendió de
ésta y adquirió su propia autonomía.
En su decreto, el obispo reconocía que su
decisión convenía al mejor servicio de Dios Nuestro Señor y
al bien espiritual y temporal de los habitantes de la mencionada
Vice Parroquia. Por tal motivo, el Obispo invocando el nombre de
Nuestro Señor Jesucristo y el de su Madre siempre Virgen María
erigía la parroquia de Rivera.
Limites
Monseñor Yéregui le asignó a la parroquia
riverense los límites siguientes:
Por el Noroeste, la cuchílla de Santa Ana;
Por el Norte y Este, el arroyo Yaguarí,
desde sus puntas hasta encontrar el camino real, que va de
Tacuarembó al paso y laguna de Mazangano;
Por el Sur y Suroeste, el camino real, que va
de Mazangano a Tacuarembó, hasta encontrar su paso en el
Tacuarembó Grande, de aquí subiendo este arroyo hasta la barra
del Arroyo Los Laureles, siguiendo este arroyo hasta sus puntas;
Por el Oeste, la cuchilla de Haedo
La nueva parroquia recibió la advocación de
la Inmaculada Concepción de María Santísima. Provisoriamente
la parroquia tendría el témplo existente, debiéndose edificar
uno más a propósito.
La resolución episcopal creando la parroquia
de Rivera fue comunicada al cura encargado de Rivera y a las
parroquias vecinas, a saber:
Salto, Artigas y Tacuarembó.
El párroco
El obispo procedió a nombrar al párroco de
Rivera en la persona del presbítero José López de Arcante.
Ya en nota del 11 de noviembre, el
Ministro Juan Lindolfo Cuestas se había dirigido al obispo
Yéregui comunicándole que el Jefe Político del Departamento
de Rivera se había dirigido a él en nombre de los vecinos de
aquel Departamento pidiendo el nombramiento de un párroco,
porque la iglesia de Rivera se encontraba vacante con grave
perjuicio de los habitantes de aquel Departamento. El gobierno
veía con gusto que se eligiese al presbítero José López,
recomendado por las autoridades locales, y que además conocía
Rivera.
El Presbítero López de Arcante tomó
posesión de la recién fundada parroquia de la Inmaculada de
Rivera.
Manos a la obra
En setiembre de 1885, el cura de Rivera José
López había comenzado a recolectar fondos para la
construcción de la nueva iglesia en Rivera. El cura
cons¡deraba que la gente estaba muy pobre a causa de los malos
años que corren infelizmente. Su propósito era construir el
templo al año siguiente. La Junta Económico Administrativa del
Departamento se prestaba para colaborar con la obra.
La Comisión de Obras Públicas del
Departamento de Rivera asignó diez mil pesos para la
construcción de la nueva iglesia. Los planos los hizo el
arquitecto y constructor residente en Rivera Alberto Bordenave.
Estaba previsto que la iglesia se iba a levantar con tres naves
e iba a estar dotada de habitaciones para el cura. Se esperaba
el dinero para iniciar las obras. Esa era la expectativa en
marzo de 1889.
El proyecto del templo
Por entonces, el cura José López remitía a
Montevideo, a la curia eclesiástica, la nómina de las familias
consagradas al Sagrado Corazón de Jesús.
Respecto a los intentos de fundar grupos
riverenses de hombres y de señoras de Unión Católica, como se
solicitaba desde Montevideo, el cura párroco estimaba que era
tarea difícil. Consideraba que si bien había algunas personas
dispuestas, con todo la población tenía pocos habitantes y
mucha indiferencia religiosa. Así mismo entendía que en Rivera
no se podía formar un Círculo Católico de Obreros ni otra
asociación semejante por los mismos motivos. El párroco
consideraba que había pocos habitantes y que por desgracia eran
muy indiferentes en religión.
El proyecto de la iglesia propuesto al obispo
en 1889, lo describió el cura de la Inmaculada Concepción de
la siguiente manera:
...resulta siempre ser de tres naves. La
principal de 27 metros de largo, poco más o menos, y siete
y medio de anch el largo no me acuerdo, y con su buena torre
que debe arrancar bien del frente de la puerta principal y
única en el frente, formando un pórtico con tres arcos y
sus correspondientes escalinatas
Por ese entonces, las obras habían comenzado
bajo la dirección del arquitecto constructor de todas las obras
del departamento Avelardo Granaroli. Con veinte oficiales a su
disposición el Sr. Granaroli pensaba terminar la construcción
del templo antes de cinco meses. El mismo ofreció una buena
campana para la iglesia. La señora del Jefe Político del
Departamento Coronel Escobar había otrecido el alfombrado para
la iglesia.
La obra
El 25 de diciembre de 1889 se procedió a la
bendición de la piedra fundamental de la iglesia. El día
conmemoración del nacimiento del Señor comenzaban las obras.
En ese mismo mes se había colocado la piedra fundamental de
otro edificio público, a saber, el de la jefatura, juz gado y
juntas.
Fue deseo de las autoridades eclesiásticas
que la Inmaculada Concepción tuviese, además, casa parroquial
y escuela parroquial, especialmente tratándose de una parroquia
del interior. Téngase en cuenta que en esta época, fines del
siglo pasado, ya Uruguay había incrementado su sistema escolar
laicista.
Los cálculos del arquitecto constructor
Avelardo Granaroli no pudieron cumplirse. En febrero de 1891, la
iglesia de Rivera se estaba terminando de construir. Monseñor
Ricardo Isasa, en calidad de gobernador eclesiástico de la
diócesis de Montevideo, autorizó la bendición de la nueva
iglesia en oportunidad de efectuarse una misión en Rivera.
Frutos y asociaciones
A esta altura de la historia de la parroquia
riverense se pueden per cibir los frutos entre los feligreses.
La evangelización aumentaba gracias a los
curas párrocos permanentementes dedicados a su parroquia;
gracias a las misiones, y al test¡monio de la comunidad
católica formada. La vasta zona de campaña fue preocupación
para los celosos párrocos riverenses. Uno de ellos, Timoteo
Muns había quedado impresionado porque en 1894, celebrando
misa en una casa en el campo, se encontró con que jóvenes de
veinte años, más o menos, nunca habían antes participado de
una misa.
En el alma de estos celosos párrocos
riverenses y en su comunidad surgió, poco a poco, la necesidad
de levantar capillas en lugares estratégicos del amplio
Departamento de Rivera. La primera se juzgó que debía
levantarse a los pies del cerro del Vichadero.
En la localidad de Rivera, entre tanto, en el
año 1913 los católicos ya contaban con organizaciones
diversas: Unión Social, Liga de Damas Católicas, Círculo
Católico de Obreros, Liga Juvenil y Centro de Juventud
Católica.
La situación a fines de mayo de 1918
El 30 de marzo de 1918, el cura de Rivera
Miguel Erzainqu¡ y Pérez expresaba que en la parroquia no
había capillas. Por entonces se proyectaban las de Tranqueras,
Zapucay y Paso de la Calera. Un galpón servía de casa
parroquial.
La Sra. Fajardo había donado un terreno
destinado a levantar un colegio católico en Rivera. Era una
necesidad sentida por los responsables de la pastoral. La
parroquia poseía además un terreno ubicado en la planta
urbana.
El templo parroquial, inaugurado el 25 de
febrero de 1891, en 1918 tenía en su altar mayor una imagen de
la Inmaculada Concepción. También contaba con altares del
Sagrado Corazón y de la Virgen del Carmen. Además se honraba a
la Virgen del Rosario y a San Roque, que poseían sus imágenes
en el templo.
Los curas de entonces no sólo atendían las
necesidades espirituales de la población, sino que también
incursionaban en campaña. Aprovechando épocas propicias, las
giras parroquiales de los curas servían para la predicación,
administración de sacramentos y a la pastoral.
Los actos de Semana Santa se realizaban con
toda dignidad. Junto a la liturgia de la iglesia se le ofrecía
a los fieles otras devociones. Se les recordaba la obligación
del precepto pascual y se ponía especial cuidado en la
comunión de los enfermos de la parroquia. Un catecismo de
preparación de un mes de duración conducía a la Primera
Comunión de niños y niñas.
Catequesis.
En época del cura párroco Ricardo Alvarez,
se hizo un llamado especial al aprendizaje del catecismo.
Se lo enseñó los domingos en el templo
parroquial en dos oportunidades y se lo enseñaba en seis
oratorios distribuidos en la zona urbana riverense: capilla del
Pueblo Nuevo; casa Royol en Rivera Chico; en la casa de Elías
Normey; de la familia Rodríguez; casa de la Sra. Judith B. de
Santini y, finalmente, en un local en la calle Lambaré 368.
En su fundamentación de esta campaña pro
catecismo, el Presbítero Alvarez expresaba: Ya que el mundo
procura desterrar de sus leyes al Hacedor Supremo, procuremos,
nosotros en desagravio llevarlo a los corazones y
particularmente a los corazones de la niñez hombres del futuro,
para que con Jesús en sus corazones, puedan traer al mundo lo
que la impiedad nos arrebató.
El esfuerzo por la enseñanza del catecismo
prosiguió en Rivera. Una Asociación Catequística organizó
para el domingo 4 de setiembre de 1938 El Día del Catecismo
como preparación al III Congreso Eucarístico Nacional
celebrado en Montevideo en principios del mes de noviembre.
Celebraciones de este tipo se realizaron en años sucesivos.
Ya entonces actuaba como párroco de la
Inmaculada un hombre realmente notable por sus virtudes
personales y por su celo apostólico. Un hombre todavía
cariñosamente recordado por la feligresía riverense. Nos
estamos refiriendo a Domingo A. Lor. El ya había sido párroco
de la Inmaculada entre los años 1920 y 1931.
Los años 40 y 50
En el año 1942 se realizó una antigua
aspiración de la comunidad parroquial. A pedido del Presbítero
Lor se fundó el Colegio de la Hermanas de la Companía de Santa
Teresa de Rivera, que cumple hoy una eficaz tarea apostólica.
En la actualidad, el Colegio es mixto y tiene
350 alumnos. Las Hermanas Teresas atienden un movimiento Amigos
de Jesús; el movimiento juvenil MJ y animan un movimiento
teresiano de laicos. Cumplen, además, funciones catequét¡cas
en la parroquia en los cerros Del Marco y Caqueiro. En el
Hospital ejercen su ministerio de asistencia evangelizadora las
Hermanas de la Providencia, cuyo impulso apóstolico se extiende
también a barrios aledaños.
En estas décadas, la organización de la
Acción Católica implantada en Rivera, permitió formar una
nueva generación de feligreses más consustanciados con la
parroquia. Surgieron laicos dispuestos a asumir compromisos
pastorales secundando a sus sacerdotes. Con estos aportes se
pudieron abrir nuevos frentes en las tareas pastorales.
Partelí en Rivera
En estas décadas actuó otro pastor muy
querido y recordado por la comunidad riverense, a saber: el
Presbítero Carlos Parteli. Parteli había nacido en Rivera el 8
de marzo de 1910. Al arribar a la parroquia de su ciudad natal
en 1942 venía de Florida, donde había sido teniente cura de la
parroquia y después secretario del obispado de Florida y Melo,
secundando a Mons. Miguel Paternain por espacio de tres años.
El Presbítero Parteli estuvo dando lo mejor de sí a su
parroquia natal durante dieciocho años. De ahí fue promovido
como primer obispo de Tacuarembó desde 1960. En abril de 1966,
Monseñor Parteli fue trasladado a la arquidiócesis de
Montevideo.
Cuando Monseñor Parteli celebró en
Montevideo sus bodas de oro sacerdotales, la Sra. Gladys
Antúnez de Albornoz ofreció una imagen de la actividad
pastoral del sacerdote de la Inmaculada riverense. Recordó su
actividad en estos términos:
... nos acostumbró a su prédica
sencilla, clara, convincente, a su sonrisa franca y a su
palabra acogedora. nos enseñó, por que así lo vivió, que
sólo en Dios se encuentra la verdad total, la justicia
cumplida y el amor pleno. Nada de lo tocante al ser humano
le era indiferente. Vivía y compartía el dolor y la
alegría de sus coterráneos. Era frecuente, era común,
verlo en los hogares riverenses, compartiendo fiestas
familiares y llevando una palabra de consuelo llena de
esperanza evangélica ante un dolor. Compartía las
alegrías y era solidario con el dolor del prójimo
Nueva organización parroquial de Rivera
En esta época se creó la parroquia Santo
Domingo de Guzmán en la ciudad de Rivera en el mes de agosto de
1951. En el Departamento se erigieron las parroquias de
Vichadero (abril de 1942); Minas de Corra les (abril de 1943), y
Tranqueras (agosto de 1951).
Siendo obispo de Tacuarembó Monseñor Miguel
Balaguer se fundaron las parroquias riverenses San Pedro; (junio
de 1966) Y Sagrado Corazón (marzo de 1967)
En esta evolución organizativa de la
pastoral en Rivera, la parroquia Inmaculada quedó circunscrita
a una parroquia con sólo juridicción en la planta urbana
riverense. Será una de las cuatro parroquias de la capital del
Departamento.
El párroco Torres Medeiros
Los últimos pasos de esta evolución se
cumplieron siendo responsable de la Inmaculada el Pbro. Agustín
Torres Medeiros, otra personalidad muy querida y recordada por
los riverenses.
Monseñor Torres Medeiros cumplió una larga
y fructífera trayectoría al frente de la parroquia. Dotado de
una fuerte personalidad, consagró sus años en Rivera al
cumplimiento de sus tareas pastorales. A su comunidad parroquial
le dedicó también los desvelos de sus últimos años y
fuerzas. Allí falleció.
El Pbro. Pedro Bentancur, nacido en
Tacuarembó, fue quien le ayudó eficientemente en ese diario y
abnegado compartir las tareas sacerdotales en bien de la
comunidad parroquial.
Reconocimiento a los párrocos y comunidad
Así llega la parroquia de la Inmaculada
Concepción de Rivera a sus casi 120 años. En medio de la
acción de gracias a Dios Nuestro Señor, que se mezclará con
las celebraciones, es de justicia recordar con gratitud la obra
de los sacerdotes y de las comunidades parroquiales que
secundaron el crecimiento de la Inmaculada.
En una visita pastoral practicada por el
entonces obispo de Tacuarembó Mons. Miguel Balaguer a la
parroquia Inmaculada Concepción en el año 1968 tuvo ocasión
de expresar sus impresiones. Mons. Balaguer percibía que en la
parroquia había mucha vida y actividad. El obispo diocesano
reconocía que el Pbro. Torres Medeiros era el animador y alma
de todas estas obras como asimismo sus colaboradores tanto
sacerdotes como laicos.
Mons. Balaguer en esa visita repasaba los
años transcurridos y se admiraba con razón de la
transformación espiritual y del progreso religioso. El expresó
que los Párrocos y sacerdotes que han pasado por aquí,
acertadamente han sabido cumplir con su misión.
La gratitud del recuerdo
Esta historia de la parroquia nos muestra el
camino recorrido pero nos llama también a la responsabilidad.
Recibimos una antorcha de las generaciones pasadas y de las
presentes. Como en la carrera de postas, nos comprometemos a
tomarla y entregársela a las generaciones futuras. Para que
ellas también puedan crecer y enriquecerse, en su vida humana y
cristiana, de la parroquia Inmaculada Concepción
Nuestro gozo se traducirá en corazones
agradecidos al Señor. En manos que lo colocan y lo ponen en las
ofrendas de pan y vino de la Iglesia en su misa. La mejor
acción de gracias al Padre en Jesucristo, hecho acción de
gracias por la invocación del Espíritu Santo que hace la
Iglesia.
UNIDOS EN LA ACCION DE GRACIAS
Una vez Jesús alabó la acción de gracias del samaritano
curado de la lepra. El tuvo el reflejo de buscar a Jesús para
decirle gracias. Jesús lo alabó por este gesto. No sólo se
había curado de su mal y gozaba de los beneficios de Jesús,
sino que supo buscar la forma de agradecerle.
Jesús ayuda a los agradecidos. Les da una forma de
canalizar sus sentimientos de gratitud. Su muerte y su
resurrección son la acción de gracias más perfecta de
Jesús al Padre. Su acción de gracias y nuestra acción de
gracias.
Jesús hizo posible que nosotros pudiéramos canalizar
nuestros sentimientos de gratitud, por medio de la misa, en
esa acción de graciás de Jesús, su muerte y su
resurrección.
¡Qué mejor que celebrar la misa en acción
de gracias! Realmente la reconocemos como obra de Dios para
nosotros y para nuestra salvación. A través de ella, conocemos
más a la Iglesia de Jesús, la Iglesia Católica. A través de
ella, hemos recibido los sacramentos y cultivamos nuestra fe.
Ella es así y pudo cumplir para nosotros esta función porque
tuvo esa historia, que hemos brevemente recordado. Con
dificultades y éxitos.
Que en la celebración eucarística el Señor
reciba nuestra gratitud, como recibiera la del samaritano curado
del evangelio. Y junto con nuestra gratitud nuestras oraciones
para que El mismo nos haga crecer en vida católica y nos
mantenga unidos en el Señor. Ojalá que la vida nuestra sea
rica en obras de justicia y caridad para con nuestros prójimos,
a fin de que los no católicos, viéndonos, descubran a Jesús y
se pregunten por El y remuevan todos los inconvenientes que los
separen de El.
Recibe, Padre, nuestras ofrendas, nuestro pan
y vino. Son nuestra acción de gracias de nuestra familia
parroquial. Son las ofrendas a la Iglesia. Haz que por el
ministerio de nuestros sacerdotes, en unión con nuestro obispo
diocesano de Tacuarembó y del Sumo Pontífice Juan Pablo II,
ellas sean verdaderamente el Cuerpo y Sangre del Señor por la
invocación del Espíritu Santo. Por Cristo Nuestro Señor,
Nuestro Mediador y Sacerdote.
Virgen Inmaculada, patrona especial de
nuestra parroquia, intercede ante tu Hijo Jesucristo como lo
hiciste continuamente durante estos años. ¡Que no se oiga
decir que nadie que haya acudido a ti ha regresado con el
corazón y las manos vacías y sin que su oración fuese
escuchada!
Amén. |